En mayo de 2011 vendió la primera onza de oro, tras negociar con la provincia de Quebec, al este del país, y los habitantes de la tierra que ahora se convirtió en un gran cráter. Mudó sus casas, construyó nuevas instalaciones comunes y dio empleo a más de 200 personas. Sólo tuvo un opositor y el caso terminó en la Justicia.
Sobre el gran cráter que la firma canadiense Osisko abrió en Malartic, en la provincia de Quebec, al este de Canadá, había 250 familias que accedieron, después de arduas negociaciones a “correrse” literalmente del lugar, para que la minera extrajera oro de sus propias raíces. Los habitantes de esta zona, que primero pusieron reparos al proyecto, tienen una diferencia fundamental con los ambientalistas y vecinos que protestaron contra la presencia de la misma empresa en el cerro Famatina, en La Rioja: buena parte de la riqueza de su región y su país se basa en la minería. La primera explotación de oro de la zona data de 1935.
Malartic es el mayor proyecto operativo de Osisko. La empresa lo inició en 2004, y hasta mayo de 2011, no vendió una sola onza de oro. En 2011, la producción alcanzó las 200.137 onzas mientras la empresa cuenta reservas, entre comprobadas y probables, por 10,9 millones de onzas de oro. La minería es una inversión de largo plazo. Con paciencia y la mirada puesta en un objetivo millonario, la compañía empezó las tareas de excavación en 2005, poco después de haber obtenido los derechos de explotación. Negoció con los vecinos y logró, entre 2008 y 2009, mover sus casas.
Y la excepción a la regla fue un hombre que no aceptó ninguna oferta de Osisko por dejar su casa y se opuso fervientemente al proyecto: Shy Ken Masse. Su caso terminó en la corte después de tres años de intento de negociaciones y Osisko pudo seguir adelante. El Cronista recorrió las instalaciones de la mina y el centro de operaciones de la empresa en una región poco amigable a esta altura del año. Las temperaturas que pueden superar los 25º C en el verano nórdico ahora cuentan para atrás, entre 15 y 20 grados bajo cero. Y falta poco para que empiece la primavera.
En enero, las temperaturas pueden caer por debajo de los 35 grados bajo cero. Y la mina no se detiene. En Malartic trabajan 600 personas divididas por la mitad cumpliendo turnos de 12 horas. A las 11 y a las 15 horas están estipuladas las explosiones para liberar las rocas, que sólo se discontinúan si el viento sopla llevando el ruido y el olor hacia donde se ubica la nueva ciudad. Los vecinos, antiguos habitantes de esa tierra hoy abierta, siguen viviendo en sus casas, pero del otro lado de un gran muro construido para dividir la mina de la población. La mayoría de las casas fue desplazada sobre plataformas que las corrieron del lugar. Pensar que en esta tarea Osisko gastó u$s 160 millones ayuda a dimensionar el potencial de la operación.
Con esos fondos, la firma construyó además un jardín maternal, una escuela primaria, un centro social y cultural, un centro para la tercera edad, y un centro de formación para adultos. Además del gran muro que en verano es verde y ahora está cubierto de nieve. En los pocos casos en los que las casas no pudieron ser trasladadas y debieron ser demolidas, la empresa construyó nuevas residencias para los habitantes. Helene Thibault, responsable de la Relaciones con la Comunidad de Osisko, recorrió el nuevo barrio con nueve periodistas latinoamericanos invitados por la embajada de Canadá entre los que se encontraba El Cronista.
Si bien la empresa evalúa su operación en Malartic como un éxito, no deja de haber quejas de los vecinos que atender. Desde ruidos hasta posibles daños producto de la vibración que producen las explosiones. La minería en Canadá es una gran industria con centenares de instituciones satélite: departamentos del gobierno nacional, provincial y local se suman a ONG de todo tipo, empresas de servicio de monitoreo, calificadoras, aseguradoras y asociaciones gremiales conforman una enorme red con estrictos controles.
Se entiende, en paralelo, que el proyecto termina cuando la mina se cierra completamente, tarea para la que Osisko calcula un costo de u$s 45 millones. Según los funcionarios canadienses y empresarios consultados, las firmas deben cumplir fuera del país las mismas reglas y normas de calidad internas. En la Argentina el desafío está planteado: ahora falta saber si las empresas cumplen lo que prometen y si el Gobierno controla como debe.
fuente: www.cronista.com