Alguien calculó que el hombre, como una de las máquinas más eficientes que puedan existir, consume 100 vatios en forma permanente para movilizarse, en condiciones normales. Eso es el equivalente a las 3.000 calorías diarias que, según la FAO, cada ser humano debería ingerir para no caer en la desnutrición, teniendo una actividad promedio.
Pero así como no todos acceden a sus 3.000 calorías diarias para no pasar hambre, tampoco cada uno de nosotros nos conformamos con los 100 vatios que nos haría máquinas altamente eficientes. El promedio mundial de demanda de potencia eléctrica per cápita es de unos 2.800 vatios, aunque el de los norteamericanos o los europeos es de 12.000 vatios (como andar con 100 lámparas de 120 vatios encendidas todo el tiempo sobre sus cabezas), mientras casi 2.000 millones de personas sólo cuenta con leña para alumbrarse.
El 31 de octubre de 2011 nació en Filipinas una niña llamada Danica, habitante 7.000 millones de nuestro planeta. Ella recibirá una beca para sus estudios y sus padres recibieron, por parte de la ONU, dinero para poner una tienda en la Manila moderna; pero un tercio de sus congéneres seguirá sin acceso a la electricidad, el gas u otros combustibles industrializados.
Aunque en las últimas décadas la producción de energía ha aumentado, aquél tercio de marginados del sistema energético comercial global no se ha reducido. Y ya sabemos que no es porque la población aumente, sino porque los recursos siguen acumulándose sólo en un plato de la balanza. Dos países, Estados Unidos y Japón, consumen el 52% de la producción mundial de energía. Y si le agregamos a la desarrollada Europa, la cuota llega al 77%.