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Falleció el periodista Miguel Toledo

  • domingo, 25 de noviembre de 2012
  • EnergíaDelSur

La noticia, entre amigos, duele. Miguel fue un periodista que dejó un surco importante en Neuquén. Y en cada uno de nosotros, un recuerdo que ahora lo perdurará, lo mantendrá vivo por otro tiempo, todavía improbable.

Miguel Angel Toledo "el negro"

Miguel había empezado el oficio de escribir noticias e interpretar el mundo en una revista que hacía Ramiro Vargas en Azul, al influjo de un confuso peronismo golpeado, vilipendiado y acaso revolucionario, porque no se había perdido esa ansiedad todavía. Era la dictadura entonces, no la romántica que comenzó a venderse, impostada, con los años, sino la verdadera, la cruel, la inhóspita, la que mataba trabajadores.

Entró después a trabajar al diario El Tiempo, en donde rápidamente incorporó los pocos aunque profundos –y a veces insondables- secretos del periodismo, en una escuela que tenía como director intelectual no asumido a Miguel Oyhanarte. Allí lo conocí, detrás de esos escritorios enormes de madera cachada, sentado frente a una vieja Olivetti, con un cigarrillo colgando de los labios, los ojos entrecerrados, sin saber entonces que habíamos ido a la misma escuela primaria, y que tal vez nos habíamos tirado piedras en las guerras del barrio del Carmen.

En ese diario integramos una Redacción que se permitió libertades osadas y aventuras increíbles. Miguel participó del renacimiento del sindicato de prensa, y activó fuerte en la CGT –aquella de Ubaldini- y tuvo un incidente serio en el diario y el diario lo echó. Nosotros vimos que era una injusticia y hubo un paro, un paro fuerte, que dejó sin salir dos días al diario, hasta que Miguel fue reincorporado.

Aquella victoria fue, como casi todas, un poco pírrica. Perdimos nuestros lugares, que habíamos conquistado a fuerza de laburar 10, 12, 14 horas por día, sin que nadie lo pidiera, solo por amor a esta maldita profesión bendita. La Redacción se desarmó. Miguel fue condenado a hacer la mañana del diario, algo que entonces no existía. A mí me pasaron a redactar policiales y noticias de las Fuerzas Armadas, y al poco tiempo emigré a Neuquén. Miguel Correa, el tercero de ese trío ilógico que habíamos formado, se fue a trabajar a Ecos Diarios, de Necochea.

Y Miguel se quedó allí. Resistiendo con un cigarrillo entre los labios, con su fama de conquistador de mujeres de toda laya, con su adoración por su familia, con sus trasnochadas, y siendo el dueño de récords que no figuraron en el Guinnes pero fueron igualmente memorables: el tipo que se comió dos docenas de huevos fritos después de un cierre apocalíptico, el que prendió fuego el cachivache-auto frente al diario porque no arrancaba, el tipo capaz de escribir una página sábana entera con una historia policial armada en media hora.

Miguel era puro talento, puro autodidacta, pura sabiduría de calle, de rodilla raspada en el potrero, de cabaret oscuro y dicharachero.

Un día, cuando yo era por esas casualidades crueles el editor de El Diario del Neuquén, recibí una carta, una carta larga que aún conservo. Era de Miguel. Quería irse del diario, irse de Azul, hacer algo distinto, concretar esa advertencia de periodista que hasta entonces habíamos sido.

Y se vino a Neuquén, con tan solo una promesa incierta. Trabajó en el diario con esa serena parsimonia, esa tranquilidad que podía ser inquietante.

De a poco, comenzó a desarrollar conocimiento sobre las cuestiones energéticas, el petróleo, el gas, la economía. Era algo que siempre le había gustado. Algo que tenía que ver con su formación política, su convicción nacionalista, su raigambre proletaria.

Su especialización en el periodismo económico vinculado a la energía la terminó de desarrollar después en La Mañana del Sur y en Ámbito Financiero, no sin antes recorrer media Patagonia adentrándose en pueblitos innombrados y en misteriosos parajes, y escribir crónicas deslumbrantes con una prosa depurada, firme, categórica.

Miguel era capaz de escribir un libro en una semana. De hecho hizo muchos, algunos firmados por él, otros no. Tenía ese talento que no se enseña en las Universidades. Para él era natural encarar una página en blanco y llenarla de conceptos, tanto como imposible le resultaba cocinar o hacer algo práctico para su casa.

Tuvo un montón de hijos. Tuvo un montón de discípulos. Nunca tuvo un mango. Siempre la peleó desde abajo.

Cuando La Mañana del Sur cambió de dueño porque Julio Ramos lo vendió, dio por cerrado ese capítulo y tomó otros rumbos. Al final, terminó migrando otra vez, esta vez a Mendoza, y se quedó a vivir, y al final, morir, en San Rafael.

Hace poco se había presentado su último libro, escrito con Ruben Etcheverry, “Yeil”. Ya su salud estaba muy deteriorada, y no pudo viajar a Neuquén para participar del acto. Escuchamos un mensaje grabado. Lo escuché en el auditorio del Museo Nacional de Bellas Artes, y supe que le quedaba poco.

Nunca te olvidé, Miguel. Nunca te olvidaré, ahora que has muerto. Sé que fui maestro y a la vez alumno a tu lado. Me enseñaste que la dignidad no se negocia.

Gracias.

de Rubén Boggi en Diariamenteneuquen.com
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